lunes, 26 de marzo de 2007

El Aranjuez mojado,un descanso en las historias...


Rara es la vez que uno se pone a pensar lo que hizo de mas joven y no actúa como un espejo en la memoria de los demás, recordando entre todos otros momentos, otros ímpetus, otros paisajes...

De pequeños, cuando todavía sólo anhelamos aventuras y cuando raramente la inocencia conduce a las familias sobre la naturaleza, mi hermano y yo jugábamos entre escalas cromáticas de verde, árboles y brisas.

Un ámbito éste que se sirve de los pintores para presumir. Siendo conocido como un lugar feliz de naturaleza y amplio en arboles e historias reales. Es Aranjuez. Nuestro punto de partida, el lugar de origen, algo por qué luchar, la familia, sus muertos y sus recuerdos.

A los nativos, creo, les nace una rara enfermedad del subconsciente que se refiere al exceso de celo de aquellos lugares que le comprometen por su procedencia. Es quizás lo único diferente entre uno de aquí y uno de fuera.

Nosotros dos padecíamos esta rara enfermedad tan común, tal vez contagiada de nuestros padres, tal vez de nuestros abuelos, tal vez sea una epidemia que nos coge a todos...

Y de todo este tiempo, recuerdo momentos intensos en los que, mi querido hermano y yo, vimos el cambiante curso del río, desde su interior.

Porque Padre dijo a Madre que debíamos aprender pronto el uso del nadar para no morir ahogados entre cañas, pochas, patos y barbos.

Así es como recuerdo vagamente que a la edad de tres años, buceaba con mi hermano por el cortado, corriente abajo. De cómo, mi padre, mi gran maestro en todo, nos divisaba desde el castillo de su mirada a un brazo de nosotros, entre aguas de nuestro río, vigilante de nuestras trayectorias, y de como nuestra Madre con su traje de baño, largo y rojo, esperaba expectante que Papá nos volviese a la orilla.

“Era como amortiguar las diferencias entre lo natural y nosotros, el ser humano”

La vida que transcurre y no para, nos dejó crecer y a medida que los años nos alejaban de la niñez, mi Padre se desligaba de nosotros y nadaba a unos brazos de distancia, alejado de los dos.

Ya empezábamos a creer en nosotros, a tomar precauciones con las bajadas del río, a conocer las hazañas del chocolatito, a soñar con largos descensos por sus aguas.

Y mientras, entre baños, aprendíamos a escuchar hazañas; las que contaba mi abuelo, cuando, lejos de la orilla, descansado sobre tantos años, narraba cómo, bosques enteros, bajaban talados por el río. Llevados de la mano de hombres que posados sobre sus lomos, los agrupaban para ganar las corrientes y descender hasta puertos de río, lugares estos, dónde nuestra conciencia se quedaba soñando con poder vivir una relación tan cercana con la naturaleza.

O las de mi padre, que cerca del padre, .... también comentaba, cómo, junto a su hermano y algún amigo, a la salida del colegio, saltaban desnudos desde lo más alto del puente de barcas.

“El puente, un paso de río, por muchas veces mutable y distinto en sus cambios”.

La época de mi Padre coincidió con un puente de hierro curvo, entre miles de remaches y tornillos. Un paso de río con dos tensores metálicos laterales y sobre los que su curvatura, provocaba, en los mas jóvenes, excitantes aventuras lanzándose de cabeza, ¡Claro está desde su punto más álgido!. Todo quizás, para volar, escasos segundos, soñando con transmutarse de ser humano en pájaro y de ave en tronco navegante, entendiendo que estas casualidades no significaran adoraciones extrañas hacia el río, ni ritos paganos, ni formas jóvenes de destacar la intolerancia, Solo cabría pensar que se estaba viviendo, sobre el verde del agua, lo cotidiano :

“El tiempo junto a nuestro río, nos ha ido educando el instinto, a medida que bajábamos, como los troncos sobre sus aguas, desde lo más arriba posible”.

De hecho también nos dictaron los sufrimientos que contrajeron para educar al río, en sus descensos salvajes. Así y a la edad de catorce años, mi Padre y su Hermano, trabajaron, de sol a sol, construyendo alambiques en lugares estratégicos para quitarle la rabia, al agua, y ganar de paso seis pesetas al día.

Porque en Aranjuez, cuando su río decidía ser el protagonista, suavemente aumentaba su furia, sin esfuerzo, como si se tratase de algo rutinario, y a su paso por Sotopavera se desbordaba anegando los campos. Huertas que antes estaban cultivadas y daban al ribereño excelencias tales como fresa, fresón, alcachofa, pimientos, maíz, patata, bruselas, ...

Jamás pensé que me divertiría tanto una historia contada....

Recuerdos de tiempos vividos por nuestros mayores que si sabían. Y en sus historias se contenían la tradición necesaria para batirla sobre sus descendientes. Nosotros. Que necesitábamos bien poco para marcarnos un baño en nuestras aguas, fuese la hora que fuese. De día, al atardecer o de noche, desnudos a solas con la luna y los barbos, que no tienen vergüenza. ¿Recuerdas Victor?...

Nuestras corrientes comenzaban entre el Embocador y el puente de “Salivilla”, unos días arriba nadando en sus aguas mansas y entre juegos de su ladrón de aguas, junto a pescadores, hambrientos de peces prisioneros, allí bajo la presa.

“Ibas a cualquier hora y allí siempre estaba. Servía de ropero, de base para cocinar, de lugar para dar fiestas, de sitio de baño limpio, de atracción turística, de punto solitario para hacer manitas con alguien especial, de altar, de cuna para animales, de cobijo...”

Otros, descendiendo por el río sobre cámaras de tractor, infladas.

“Llegábamos en bici o andando. Transportando una toalla barata y una cámara de tractor muy hinchada. Dejábamos los pantalones y la camisa en la zona seca y con las zapatillas sin quitar, hacia la presa, andando sobre una ancha cascada de un dedo de agua, nos reuníamos en la zona de baño mas común, el centro, dónde comenzaba el “ladrón de aguas”. Allí empezaba todo...y allí todo acababa. Podíamos descender por el ladrón y seguir el curso del río hasta el siguiente baño o quedarnos en la parte de arriba, en lo que denominábamos “la piscina, nadando sobre aguas mansas cultivando el estilo de nado que cada uno desease. Para nosotros dos siempre por el ladrón, por entre sus aguas, fabricando tiempos de recuerdos, momentos de fantasía, debajo de la cascada mas violenta, dónde solo había sitio para el ruido del agua en su torbellino y aire para mas de dos.

Un hueco donde mas de uno ha dado besos cautivos sin otra mirada que la del propio amante, besos diferentes a lo habitual, besos de agua en definitiva.”

No es posible contener

lo espléndido de un atardecer

cerca del Embocador.

Porque ver el agua palidecer

es como sentir el perder

y a su vez apercibir.

Por ello y para sentir el vivir

navegamos por aquí los dos

nadando sin rumbo y sin fin.

Al Embocador en su bajada le seguían lugares mas peligrosos, en los que sus remolinos, motivados por una aceleración mas fuerte de sus aguas, eran capaces de tragarse al mejor nadador.

Por éste motivo, era costumbre navegar encima de una cámara de tractor, asidos de cualquier manera, hasta llegar al rápido más peligroso llamado “la Pavera” y donde el famoso “Mangas” tenía colocada, en un árbol, para nosotros, los jóvenes, una cuerda con una anilla para balancearse y lanzarse al agua.

“El triángulo, de hierro, se agarra con las dos manos y se dan dos pasos hacia atrás para coger impulso. Se lanza uno hacia el río, suelta la anilla y cae “en Bomba” al agua”.

Esta era, sin duda, una manera diferente de zambullirse. “Gracias Señor Mangas”...

Estos descensos los hacíamos unos días con la ropa metida dentro de bolsas. Otros, sin ropa; de ella se encargaría un bendito, en bicicleta, pedaleando por caminos, sorteando el río por las márgenes, parando solamente, en los puntos estratégicos para zambullirse junto a los demás.

“Éramos tantos bajando. Tantos descendiendo, piragüistas subiendo y bajando, gentes en los puntos de baño de menos peligrosidad, patos y pollos de agua ... se creaba tal fiesta al sol frente a tanta naturaleza útil y viva, que nuestros miedos sobre los peligros importantes del río desaparecían llegando a sentirnos, como andando por el patio de casa. “

De este baño seguíamos, por los rápidos ( antes de la curva de la isla de los patos) en la zona del Tubo, hacia el “Chinarral”. Otra parada obligada y donde murió Benja, haciendo lo que todos hacíamos.

El Tubo, era una toma de agua, para el riego, que se encontraba a una altura de unos cuatro metros. En su caída daba con el fondo mayor, por lo que tirarse de cabeza, desde este punto, era casi obligado.

Salvo cuando el río bajaba su cauce y aparecían las tuercas del tubo sumergido, entonces estaba prohibido el salto de cabeza... Benja no debió de darse cuenta.

Este tubo estaba en la parte cóncava de un meandro. Por lo que había que nadar mucho para llegar a la otra orilla. Una playa de cantos rodados denominada “Chinarral” que se remansaba y propiciaba el descanso, después del esfuerzo de tirarse desde el tubo y nadar para volver a hacerlo, repetidas veces...

Descendíamos unos ciento cincuenta metros sobre nuestras cámaras, como si deseáramos emular a aquellos y a sus troncos, y llegábamos al “Cortado” y su playa tranquila.

!Si¡, ya saben, dónde la mayoría de los “naturales” hemos aprendido a nadar. Un meandro del río, de cuya curvatura en la parte cóncava, nace una playa de arena fina y aguas con poca profundidad, en su principio, y profundo y de salvaje velocidad, a medida que uno avanza hacia el interior. Un lugar mágico por el que siempre pasábamos sin hacer parada, mirando todo su contorno, como si recordásemos a su paso quien enseñó a quién...

“El Cortado, dónde Papá y Mamá nos enseñaron a navegar por encima del agua. Dónde perdimos el miedo a morir y aprendimos el significado del río entre nuestras costumbres...”.

Cerca de aquí, sorteando grandes grupos de plantas acuáticas, las “ovas”, y tras pasar por el ojo de un puente de ladrillo, “Salivilla”. El lugar de baño para los niños menores. Aquí parábamos, a beber una cocacola y a reponer, porque nos quedaban aún seis quilómetros de Tajo.

“Estos descensos siempre los hice junto a mi hermano, porque, con él, la naturaleza no me quitaba la serenidad y no sentía entre tantos peligros miedo a morir preso del río.

Si todos buscamos amigos con los que cultivar la alegría, entre baños, yo había encontrado, además, serenidad y cariño sobre las aguas, gracias a mi querido hermano.

Él cogió el testigo a mi padre sobre las aguas, y me custodiaba, justo a mi lado, porque me entendía en mis “nados”. Y las hazañas siempre fueron compartidas.

Porque los dos hemos sido engendrados por una mujer cuya filosofía “natural” sobre Aranjuez nos cedió tras el alumbramiento, insertada, como un “chip” sobre nuestras conciencias, entendiendo que la raíz de toda nuestra cultura tiene como punto de inicio, todo el submundo relacionado con el río, que es bien cierto que nos lleva...”

Y para gastar las ultimas energías recorríamos a nado, empujados por las corrientes, los últimos seis kilómetros de Tajo desde Salivilla hasta el Puente de Barcas. De seguro la mejor de las estaciones.

El puente. De frente le espalda del Palacio Real reflejada en otra presa. Al lado, la cristalera del restaurante Rana Verde. Lugar éste dónde ojos extranjeros miran con asombro el transito imparable de troncos humanos que, fatigados de tanto nado, se secan al sol para marchar ya sin agua a casa y contar a Padre y Madre sobre los aromas del descenso.

Seguro les recordaran cuando ellos hacían, justo lo mismo, sobre estas aguas que nos recuerdan el ayer y que por supuesto ni por asomo se parecen a las que hoy existen.

“...pocas cosas hay, en el hoy, que se puedan echar tanto de menos”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Manino,...perfecto.
No puedo decir mas, lo que te seguro es que más quitao las ganas de intentar ser un genio.
El puesto está cogido hace tiempo, acabo de darme cuenta.
Gracias por tus escritos y por demostrar tu genialidad.
Gracias por percibirme asi.

Anónimo dijo...

Hola,me a encantado leer lo k escribes, veo k lo de escribir os biene de familia,me gusta lo k escribes eres un gran escritor,esta historieta k cuetas de tus primeros años y de tu adolescencia,me a traido muxos recuerdos ya k yo, con esa edad tambien me bañaba en un rio k se sigue llamando los diez ojos y tambien llevabamos la camara ,me a gustado muxo ,no dejes de escribir pues creo k llegaras lejos,asi k adelante amigo te seguire leyendo una admiradora jajjaa besos

Anónimo dijo...

Nunca pensé que al final de esta vida, pudiera recoger los frutos de mi dedicación a mis hijos, y le doy gracias al Cielo por haberlo podido apreciar con todos mis sentidos.
Gracias HIJO.
Besos